Otro aniversario…

Y aún mi corazón te recuerda. Hace apenas unos años que partiste, y tal vez no sepa la fecha exacta, pero eso no es lo que importa. Lo importantes es que, aunque te hayas ido tan lejos como a otro plano de existencia, tu imagen sigue aqui.
Siempre estarás en un espacio dentro de mi corazón, un espacion inamovible, tu espacio.

Recuerdas:

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Caer de nuevo

Me prometí no volver a ayudarte como antes porque me había convencido de que no valía la pena hacerlo. Fue un proceso difícil, doloroso, pero lo había logrado al paso del tiempo. Hasta hoy.
Escuché tu voz en mis oídos quebrándose poco a poco y a la mía en mi mente advirtiéndome que no cayera de nuevo, recordándome porqué me había alejado de ti.
La voz en mi mente perdió.
En un intento desesperado, mi parte racional se jugó su última carta: preguntarle por aquel sujeto, ¿por qué él no estaba ahí a su lado? ¿por qué tenía que recurrir a mi y no a él? ¿acaso no se supone que él debería ser su primera opción al momento de pedir ayuda? ¿por qué conmigo? ¿por qué no puedes dejarme en paz?
Pero perdí… de nuevo.

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La llovizna

A pesar de estar desde hace semanas en plena época de lluvias, hoy fue el primer día en el que, al salir de la estación del subterráneo, aún caía una ligera llovizna sobre la ciudad. Aún me quedaba una buena caminata hasta la oficina y en ese momento decidí no usar mi paraguas para lo que parecía un breve rocío.
Sin embargo al final tuve que abrirlo en cuanto la llovizna comenzó a arreciar, no era mi intención enfermar aún si fuese del más ligero de los resfriados, llevaba ya un récord libre de dolencias durante los últimos 5 meses y así quería mantenerlo.
Bajo el paraguas seguí el camino de todos los días, gente yendo y viniendo, el sonido de las bocinas de los autos que van y vienen en los dos sentidos de la avenida Reforma, el Auditorio Nacional, más y más autos, transporte público, ciclistas y, de fondo, la música directa a mis oídos desde mi reproductor portátil.
La llovizna por un momento parecía ceder y al siguiente retomaba su fuerza, igual que mi ansia por no querer enfermar. Así seguí mi camino casi hasta el final.
La llovizna parecía haber cedido así que guarde el paraguas al llegar al cruce de Reforma con la llamada «Fuente de Petróleos», lugar en el que parece abrirse una ventana entre los grandes edificios de acero y concreto desde la que puede contemplarse el horizonte hacía el norte y hacía el sur, por encima del asfalto los árboles y el gris del cielo nublado.
De nuevo la llovizna y el paraguas pedía ser abierto de nuevo, pero una sensación lo detuvo en su lugar. Fue un extraño deseo de contemplar la escena, de sentirla. No podía ignorar ese breve paraíso en el medio de la caótica ciudad. Incluso tenía la sensación de que esa llovizna traía consigo cierta calma, paz, como si purificara el ambiente. Incluso la habitual capa de smog pareció desvanecerse.
Dejó de importar un posible resfriado, a fin de cuentas ¿no había hecho durante estos meses cosas que lo propiciaran más? ¿que daño podía hacer esa leve llovizna?
Dejó de importar todo y lo único relevante por un eterno momento fue la paz del momento y la purificante llovizna.

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De nuevo la Vendedora de Libros

Giré la cabeza hacia la izquierda y cuan grata sería mi sorpresa al verla venir por el pasillo. Era ella de nuevo, a pesar de los metros de distancia que nos separaban pude ver el brillo de sus ojos a través de sus anteojos y el rubor de sus mejillas.
No podría jurarlo, pero me pareció ver que me sonreía.
Muy a mi pesar tuve que irme y alejarme de nuevo de aquella linda vendedora de libros.

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La música que me inspira: saurom – la musa y el espiritu

Al momento de escribir hay muchas fuentes de inspiración, casi tantas como escritores hay en el mundo.
Yo «oí» esta canción hace tiempo, pero fue hasta hace unos días que la «escuché».
La letra habla de una pareja separada por una enfermedad mortal y como uno y otro, a su manera, van por la vida esperando reunirse de nuevo.
Yo viví algo así. Alguna vez amé a alguien con mucha intensidad y vaya que era correspondido. Sin embargo, ella falleció a consecuencia de un ataque de epilepsia. Es cierto que para ese momento habían pasado años desde que la relación había terminado, pero ese sentimiento que alguna vez existió tenía un lugar especial en nuestros corazones.
Al escuchar «la musa y el espíritu» no puedo evitar evocar su imagen.
Gracias Saurom por semejante poesía hecha canción.

Saurom – La musa y el espíritu

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La vendedora de libros

No era la costumbre de Ariel visitar tiendas departamentales, pero ese viernes tenía que buscar un regalo y no tenía muchas opciones. Dejó su auto en el estacionamiento del centro comercial y se dirigió sin mucho ánimo a la tienda más cercana.

El cumpleaños de su padre sería al día siguiente y no podía llegar con las manos vacías. No es que le pesara celebrar el aniversario pues sentía un aprecio y cariño enorme por su papá, sin embargo había tenido días muy pesados en su trabajo.

Entró a la tienda Liverpool por el segundo nivel, atravesó los pasillos entre ropa para damas y niños hasta llegar a las escaleras eléctricas. Ya en el tercer nivel empezó su búsqueda del regalo. Pasó por el departamento de jardinería, el de ferretería, la zona de cuadros y nada llenaba sus ojos. Vio herramientas de todos tipos y en todas las presentaciones, cuadros bastante modernos con juegos de luces, incluso sofás individuales con sistema de masajes integrados, pero no se decidía por nada. Quería regalarle a su padre algo que realmente le fuera de utilidad.

Siguió caminando entre los estantes de mercancía hasta llegar al departamento de librería. No recordaba haber visto leer a su padre en muchas ocasiones en realidad, por lo que dudó en acercarse a revisar las novedades, aun  así lo hizo sin saber por qué pues él tampoco era un gran lector.

Llegó al primer estante y tomó el primer libro que estuvo a su alcance, y en ese momento quedó congelado. Ni siquiera supo que libro tenía en sus manos ni cuánto tiempo se mantuvo en esa posición, esos ojos enmarcados por unas largas y rizadas pestañas lo habían hechizado desde atrás de los anteojos. La mirada de Ariel pasó de observar esos ojos a fijarse en unas mejillas redondas y con un ligero toque de rubor, y de ahí a los labios húmedos de un tono rojo brillante, y al final se enfocaron en el cabello oscuro cuyas puntas rodeaban ese rostro como las ondas de un río.

Ariel no reaccionaba, no entendía porque ese rostro lo había paralizado. No le era conocido, ni era precisamente la mujer más bonita que había visto. En su trabajo había tenido oportunidad de conocer chicas que él consideraba hermosas, esbeltas, altas, que ponían mucha atención a su arreglo personal; incluso había salido con algunas de ellas. Pero ninguna lo había hechizado de esa forma.

La chica que lo tenía cautivado era empleada de la tienda, de estatura menor a la suya, cara redonda y cabello negro, usaba anteojos que cuidaban unos hermosos ojos de color café. La perturbación de Ariel aumentó en el momento en que se dio cuenta de que la chica iba directo hacía él.

Cerró sus ojos para calmar su nerviosismo. Fue solo por un breve instante, pero suficiente para sentir sus pies despegarse del suelo, como en un sueño, como si la chica lo hiciera volar. Para él era una sensación desconocida, toda una nueva experiencia, tal vez eso era lo que significaba sentir mariposas en el estómago.

La sonrisa de la chica le parecía tan franca, tan sincera. Algo le decía que ella, la vendedora de libros, era la chica con la que quería estar el resto de su vida. No conocía su nombre, no sabía nada de ella, nunca la había visto, pero no tenía duda alguna de que quería estar con la dueña de esos brillantes ojos tan llenos de vida. Él, que pasaba su vida sumido en el ambiente de su trabajo y sus presiones, con la gente de ese círculo, unos pocos que si podía considerar amigos, muchos más que buscaban escalar posiciones sin importar a quien pisoteaban en el camino, mujeres banales preocupadas por el gimnasio y contar calorías pero con una mente y un corazón vacíos. Ella, la chica de la sonrisa franca, le parecía el ser más transparente que había visto en mucho, mucho tiempo.

Ella se acerca y él toma su mano. Ella, a pesar del extraño gesto, sonríe con timidez, confundida, pero sin retirar su mano.

Ariel siente la sedosidad y la tibieza de la piel de la chica. Ariel abre su boca y le dice a la chica que desconoce su nombre, que nunca la ha visto, pero que está seguro de que quiere conocerla, de que quiere estar con ella, de que ellos deben estar juntos. La vendedora de libros lo mira fijamente pensando la respuesta, tal vez pensando en llamar a seguridad, pero no lo hace pues dentro de ella sabe que no corre ningún peligro en realidad; no entiende por completo lo que pasa por su mente ni lo que sucede, no sabe por qué esa persona que ella no conoce la toma de la mano de esa manera, por qué le dice cosas como esas, por qué quiere conocerla. Piensa que debería retirar su mano, duda, y al final se detiene, y entonces siente también la piel de Ariel. Siente la cálida y delicada fuerza con la que sostiene su mano en la suya, le transmite una inexplicable sensación de confianza, de deseo de calma y tranquilidad. Desde dentro de su ser y sin que ella pueda controlarlo fluye una nueva sonrisa hasta sus labios rojos, siente calidez dentro de sí y en los ojos de Ariel encuentra sinceridad.

-Mi nombre es Ana.

-Ana… Es un lindo nombre, lindo como tú.

-¿Y tú cómo te llamas?

-Ariel.

-También es un lindo nombre.

-Gracias. ¿Sabes Ana? Tienes unos ojos muy lindos, y una sonrisa muy bonita.

-Muchas gracias Ariel, me avergüenzas con esos cumplidos.

-Ana, no sé por qué, pero siento como si hubiese estado esperando conocerte desde hace mucho.

-Yo… también siento algo extraño.

-Sé que tal vez no aceptes, no sabes nada de mí, pero ¿aceptarías tomar un café conmigo?

-Si me gustaría, pero, estoy trabajando y no creo poder en este momento.

-Que tonto soy, tienes razón. Te espero a la hora que tú me digas, el día que tú dispongas, en el lugar que más te guste. Te espero dos vidas si es necesario.

-Ariel, no es necesario tanto. A las ocho salgo de trabajar, podemos vernos a esa hora. Espérame frente a la tienda.

-De acuerdo, a las ocho  sin falta.

Ariel soltó su mano, dejó el libro en el estante y regresó a su trabajo, olvidando incluso el regalo que debía comprar, pero deseando que las horas pasaran a la velocidad de la luz. Sería la tarde más larga de su vida esperando ver de nuevo a la vendedora de libros que había capturado su corazón con solo una sonrisa. La vería por la noche, hablarían hasta cansarse, y nunca se separaría de ella. Se conocerían, tendrían un feliz noviazgo que se prolongaría hasta una boda y un  matrimonio próspero. Visualizó el momento de pedirle matrimonio, el momento de darse el sí en una iglesia repleta de flores e invitados felices por ellos. En su mente se dibujó el retrato de la familia que formaría; 2, tal vez 3 hijos, y siempre la sonrisa de Ana y sus brillantes ojos color café.

Sería como un cuento, como un sueño…

-¡Buen día señor! ¿Puedo ayudarle en algo? – Dijo la chica al tiempo que sonreía, haciendo que Ariel abriera los ojos.

Ariel balbuceo un momento sin poder ocultar su nerviosismo.

-Eh, sí. Bueno no sé. Es que… es que estaba buscando… este libro – respondió mostrándole el libro.

-Señor, tiene el libro al revés – dijo la vendedora sonriendo.

-Tienes razón. Creo que, en realidad, estaba esperando por ti – contestó Ariel.

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La Percusionista

Esa mirada. Esos  grandes ojos de un color verde muy claro. Aunque quisiera sacarlos de mi mente sé que no podré hacerlo, no importa cuánto lo intente, aun cuando sólo pude contemplarlos por unos breves minutos.

Han pasado ya varias semanas desde que la vi, 2 o tal vez 3, o más, ya no lo recuerdo exactamente. Pero sus ojos siguen apareciendo cada noche en mis sueños serenándome con la paz que reflejaban. Además, aunque perdió relevancia ante sus ojos, no pude pasar por alto que también era dueña de unas facciones muy finas, muy lindas. Su cabello se veía un poco maltratado, enmarañado, pero era el claro reflejo de la libertad de la que ella parecía disfrutar a cada paso que daba por la vida. Largo  casi hasta la cintura, castaño claro, completamente suelto para juguetear con el aire.

Tan sólo unos instantes duró aquel momento y, sin embargo, se había grabado en mi mente cada detalle de ella.

Me encontraba en un sencillo restaurancito durante mi hora de comida. Solo, en la barra, comía en silencio después de un medio día difícil como habían sido en últimas fechas mis mañanas en el trabajo, y también mis tardes. Mi cabeza le daba vueltas a las posibles soluciones a mis asuntos y tomaba mis alimentos como un simple trámite más por el que tenía que pasar todos los días. Hay que comer, decían los chicos que formaban mi equipo de trabajo, pero yo cada vez le daba menos importancia. No era que quisiera dejarme morir de hambre, era sólo que la vida diaria se volvía  a cada día un asunto más y más cansado.

Veía pasar los días resolviendo los problemas de los demás, buscando dar un buen servicio a nuestros clientes, aguantando llamadas de atención, la gran mayoría infundadas y sin derecho a una réplica de mi parte. Esa era mi vida laboral; hasta que la vi, o, mejor dicho, la escuché.

De pronto un saludo en voz alta dirigido a todos los clientes que estábamos en el local, las buenas tardes y el deseo de estar pasando un excelente día. Era una voz femenina, que en el momento no capturó mi atención, la que pedía también que les diéramos un poco de nuestra atención y que esperaba que nos gustase su música.

Comenzaron a tocar y fue cuando levanté la mirada; eran 3 personas de no más de 28 años según mis cálculos, 2 hombres y ella. Uno de ellos tocaba un pandero, otro una flauta y ella un par de pequeños timbales. Ellos vestían camisetas y pantalones con un ajuste muy flojo, ella un vestido muy holgado con la falda hasta los talones y sandalias de cuero.

Tocaron y bailaron tratando de contagiarnos un poco de su alegría, aunque cuando me topé de frente con sus ojos ya no supe de nada más; brillaban como auténticos diamantes iluminando su rostro y su sonrisa. Su largo cabello se agitaba al compás de su baile y su sonrisa invitaba a no dejar de contemplarla. En realidad era una chica muy linda que no requería de más maquillaje en su rostro que esos hermosos ojos claros. Ella giraba alegre, tocaba con ritmo, sonreía plena de libertad; y me tenía embrujado.

Algo pasó en ese momento y ya no pude concentrarme en nada más, olvidé los problemas y las diferencias laborales, olvidé todo, incluyendo mi comida.

¿Cuanto tiempo pasó? No lo sé, tal vez 5, 10 minutos, pudo haber sido el resto de mi vida y no me habría importado mientras estuviese contemplando sus ojos.

Cuanto no sería su encanto que, al final, la dueña del restaurante les ofreció quedarse a comer aunque ellos no aceptaron, sólo le pidieron un poco de agua, la cual  disfrutaron como si bebieran de un manantial en medio del desierto. Agradecieron con tal efusividad a la dueña del local, llamándola inclusive «madre», que ella les dio sus bendiciones.

Al marcharse sentí tal vacío que el resto de mi comida adquirió un insípido sabor a soledad.

Aquel día siguió su curso cómo todos los otros, sin grandes cambios, al igual que el siguiente y el siguiente, pero en mi mente algo se había movido. Sus ojos, su sonrisa, su cabello, toda ella seguía ahí, en mis recuerdos. La sensación de libertad que ella destilaba parecía haber permeado dentro de mí. Cada vez eran más frecuentes mis pensamientos hacia ella, y cada vez eran más fuertes mis deseos de buscarla cuando tenía algún problema en mi trabajo.

Unas semanas después, 3 o tal vez 4, no lo sé con exactitud, me rendí ante mis pensamientos. Fue una noche de viernes que pasé en vela meditando sobre mi vida, lo que había dejado en el camino por buscar un progreso económico, por crecer en mi carrera, lo que había aguantado por lograrlo, y lo que había conseguido a cambio de ello. Cada escena desfiló en mi mente, cada pequeño triunfo, cada enojo, y al final hice un balance. No me arrepentía y nunca lo haría, había tomado mi decisión en su momento y nunca pondría un «si yo hubiera» de por medio. Pero era momento de cambiar el rumbo, redescubrir mis viejos sueños, mis ideales pre-empresariales. Era momento de buscar mi libertad, eso era lo que me había hechizado de ella, sus ojos reflejaban libertad.

Dejé todo y el lunes siguiente no regresé a mi trabajo. Comencé a buscarla por la ciudad al mismo tiempo que me redescubría a mí mismo. Pregunté por ella en el mismo lugar donde la había visto por primera vez, pero desde aquel día ya no habían regresado.

Recorrí parte del centro de la ciudad, la mayoría de las estaciones del subterráneo, terminales de autobuses, zonas de oficinas, las cercanías de las universidades públicas, mercados populares, etc. etc., pero no conseguí nada.

Han pasado al menos 4 meses desde aquel día en que su mirada me mostró una realidad olvidada para mí. Aún no he logrado encontrarla y aunque sea posible que ella haya cambiado en algo su apariencia, se que reconoceré esos hermosos ojos claros cuando los vuelva a ver, y cuando eso suceda le daré las gracias porque por ella me reencontré conmigo mismo, le mostraré esta pequeña historia acerca de cómo decidí abandonar mi antigua vida después de soñar con sus ojos durante días y días. Y es que esta historia ha sido el inicio de lo que soy ahora: alguien que ha encontrado dentro de sí mismo a un escritor dormido durante años que está luchando por despertar, por encontrar su estilo y su lenguaje.

No importa el tiempo que tarde en encontrarla, se que algún día volveré a ver a la percusionista que aquel día me devolvió mi libertad.

 

 

Publicado en El Relato del Mes: 

http://elrelatodelmes.com/2013/02/16/la-percusionista-agustin-gonzalez-calderon/

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No me lastimarás más

Ojalá todo hubiese seguido como estaba. Pero claro, era demasiado bueno para mantenerse asi.

Hacia tiempo que no lograba mantener esa satisfactoria sensación de calma en los dos principales aspectos de mi vida. En lo laboral había estabilidad, si bien no todo era miel sobre hojuelas los problemas eran manejables. En lo personal se habían terminado los nubarrones en el horizonte, los planes comenzaban a tomar forma. Incluso aquel desliz que había protagonizado y que había robado un poco de esa calma a cambio de algunas satisfacciones había quedado enterrado.

Aún había cosas que mejorar, otras que arreglar, pero todo estaba en calma. Maldición, ¿porqué no podía mantenerse asi mi vida?

Tu mensaje alteró ese panorama y, en instantaneo, cambio mi despejado horizonte por nubarrones.

Hola, como estás? la verdad yo no estoy muy bien. Me he sentido de nuevo triste, con algunos ataques de ansiedad. Tengo la sensación de que no se que voy a hacer con mi vida, y eso me tiene con un poco deprimida…

Y yo, ¿que papel juego en todo esto? ¿porque de pronto te acuerdas de que existo? Precisamente para decirme me siento mal

Confusión de sentimientos, ganas de correr a tu lado, llamarte por teléfono para saber más; pero también ganas de borrar el mensaje, ignorarlo, responderte con una frase del tipo ¿y yo que quieres que haga?

Sigo leyendo el mensaje He dejado de hacer cosas que me gustan, ya no hago ejercicio, tiene meses que no voy al cine.

¿Ha sido mi culpa? Creo que yo no te dije Anda, continua tu relación con ese sujeto, no va a pasar nada, lo vas a disfrutar mucho y serás inmensamente feliz. ¿Porqué ahora regresas a mi para decirme que no estás bien? ¿Porqué no se lo dices a él? Que te ayude a resolverlo, no todo en la vida es alegria y risas y abrazos y besos, que le toqué también la parte de ayudarte a salir de la depresión… tal como me tocó a mi en su momento.

No… Mi tranquilidad no tiene precio, de eso estoy seguro, y no permitiré que me la robes de nuevo.

Empieza la lucha interna: el YO que no niega lo que sintió por ti, que no niega que aún hay sentimientos hacía ti; y el YO que recuerda lo dificil que fue sacarte de donde te habías arraigado, que recuerda el dolor y las lágrimas de haberte visto con ese sujeto.

Lo siento, una parte de mi quiere correr a tu lado, estar contigo y apoyarte, pero veo las profundas cicatrices que dejaste en mi corazón y me niego a jugarmela de nuevo por ti. Tuviste tu oportunidad, di por ti mucho más de lo que debía, pero no lo valoraste, incluso a veces creo que ni siquiera te importó, y al final me hiciste a un lado en cuanto te sentiste bien.

Lo siento, pero no acepto volver a ser solo el paño de tus lágrimas para después resignarme a verte en brazos de otro como compensación por mi ayuda.

Entiendo que él no tenga el tiempo para escucharte ni para atender tus penas, él solo está para disfrutar. A fin de cuentas ese es el papel que escogiste jugar: ser amante de un hombre casado que no tiene el tiempo para ocuparse de tus problemas, solo para disfrutar de los placeres que le puedas brindar…

Borro el mensaje y apago mi celular pues solo estoy seguro de algo: no volverás a lastimarme.

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Desde el olvido – Parte 3

– No, esto no es un error. Solo que, desearía volver el tiempo atrás y corregir muchos errores.

– No hay forma de volver al pasado, eso te lo puedo asegurar. Pero siempre podemos aprovechar el día que nos han permitido vivir, y soñar con un futuro que tal vez llegué, tal vez no. Pero los sueños alimentan nuestra alma y nos dan la esperanza de seguir adelante.

– Nunca dejé de amarte Salvador. A pesar del tiempo siempre he pensado en ti. Los tontos con quienes salí solo consiguieron que pensara más y más en ti. Me lastimaron mucho, y cada herida me llevaba a tu recuerdo, al único hombre que siempre ame de verdad y que siempre me respeto. – De nuevo las lágrimas aparecían en los ojos de Andrea, y Salvador las limpiaba con el dorso de su mano.

– Tenemos el hoy Andrea, eso es lo que importa. Y el mañana tal vez también. Pero el hoy es lo que importa, el ayer dejémoslo sepultado. Yo también te sigo amando, y te amaré para siempre.

Con los nervios a flor de piel, Salvador besó sus labios con ternura, lentamente; y Andrea le correspondió de la misma manera. Fue un instante que para ellos duró la eternidad, lo habían soñado durante años, lo habían añorado en sus momentos más difíciles, Andrea en las traiciones sufridas y Salvador en el dolor físico. Cuando el beso terminó, sus miradas se entrelazaron declarándose amor eterno sin decir una sola palabra.

– Quiero estar contigo mi amor, como siempre debimos estar. Llévame a donde podamos estar solos, por favor. – Dijo por fin Andrea, abrazándose al pecho de Salvador.

– ¿Estás segura de lo que me estás pidiendo? No quisiera que después te arrepintieras.

– Estoy segura. Lo he estado durante los últimos años en que te he extrañado tanto. Y si de algo me he arrepentido es de haber estado lejos de ti.

Salvador encendió de nuevo el motor del auto y continuó su camino hacía Pachuca mientras Andrea le sujetaba el brazo y recargaba la cabeza sobre su hombro. Hicieron el camino en silencio, como si estuviesen reservando toda su energía para lo que tenían por delante.

Cuando estuvieron por fin en las afueras de Pachuca, Salvador se desvío de la carretera. Condujo el auto durante un par de minutos hasta encontrar un motel de buena apariencia.

Cuando entraron a la habitación Salvador encendió las luces. Las cortinas estaban cerradas por lo que no tendrían miradas indiscretas en ellos. Apenas cerraron la puerta Salvador colocó a Andrea contra la pared, la abrazó y se besaron apasionadamente. Las manos de Salvador acariciaron lentamente la cintura de Andrea, recordando la suave forma de su cuerpo.

Lentamente se separaron, Salvador tomó su mano y la llevó dentro de la recámara. El amueblado era sencillo y cómodo, una cama king size, una pequeña mesa con un par de sillas, una cómoda y una televisión empotrada a la pared.

Salvador se sentó en la orilla de la cama para contemplar a Andrea, quien permanecía de pie frente a él.

– Sigues siendo hermosa, la más hermosa que he visto y que veré en mi vida Andrea. – Dijo Salvador tomando las manos de Andrea.

– ¿De verdad te parezco hermosa? ¿Qué te gusta de mí?

– Todo, tus ojos, tus labios, tu cintura, tus piernas son encantadoras.

Andrea se sentó sobre las piernas de Salvador y con la pasión contenida durante años besó sus labios apretando su cuerpo contra el suyo. Llevó las manos de Salvador de su cintura a sus piernas pues recordaba cuanto lo enloquecía acariciarlas.

Sin separar sus labios se levantaron de la cama; con toda la delicadeza Salvador le quitó el sueter y después levantó su blusa por encima de su cabeza. Con las manos en su cintura desnuda besó su cuello y sus hombros. Andrea abrió los botones de la camisa de Salvador hasta quitarla por completo y él la hizo girar para poder besar la parte posterior de su cuello. Acomodando el cabello de Andrea hacía uno de sus hombros Salvador pasó sus labios por su espalda y soltó su sostén; sus manos buscaron la redondez de sus senos mientras besaba uno de sus oídos. La excitación se respiraba en la habitación. Andrea sentía como se aceleraban los latidos de su corazón al sentir las manos de Salvador acariciando con suavidad sus pezones mientras el sudor comenzaba a perlar su frente.

Andrea se giró y besó el pecho y el cuello de Salvador, los cuales sintió fríos y paso por alto el detalle, no quería desaprovechar la oportunidad de estar con el que siempre consideró que era el más grande amor de su vida. Desabrochó el cinturón y abrió el pantalón de Salvador e introdujo su mano sintiendo la erección que la excitación estaba provocando en su miembro.

Salvador se hincó ante Andrea para quitar la falda que ella llevaba puesta, se levantó para acostarla en la cama. Le quitó los zapatos, las medias y su ropa interior; la contempló un momento, la tenía desnuda ante él como en sus sueños. Andrea lo miraba ansiosa, esperando que se uniera a ella en el lecho y poder seguir amándose sin importarles el mundo. Él termino de desnudarse y se postró sobre ella besándola, acariciándola, sintiendo crecer su miembro al roce con el cuerpo de ella.

Cuando por fin Salvador unió su cuerpo al de Andrea, sintió como ambos temblaban como nunca antes. Era la primera vez que sentían que hacían el amor en todos los sentidos. Tantos años de separación explotaron en ese momento de  pasión compartida entre quienes habían nacido para ser pareja, para compartirlo todo, pero que no supieron aprovechar la oportunidad de estar juntos. Hicieron el amor durante la tarde y la noche, no hubo más plática, solo besos y caricias tratando de apagar en unas horas la ardiente pasión que durante años habían contenido dentro de sí.

Antes del amanecer Salvador, ya vestido de nuevo, despertó a Andrea con un beso lleno de ternura.

– Despierta amor, tenemos que irnos ya. – Dijo Salvador.

– Mmmhh… aún no amanece, vamos a quedarnos un poco más, hazme el amor de nuevo mi vida. – Respondió Andrea semidormida y pasando sus brazos por el cuello de  Salvador.

– Lo siento corazón, de verdad nos tenemos que ir.

Salvador la beso de nuevo y se levantó para abrir un poco las cortinas. Andrea, aún con sueño, se levantó también para vestirse.

Mientras Salvador conducía en silencio Andrea aún adormilada se recargaba sobre su hombro. Llegaron a la casa de ella en Pachuca donde, dentro del coche, Andrea lo miró fijamente a los ojos no queriendo separarse más de él ni siquiera un minuto.

– Por ahora creo que aquí nos despedimos amor. – Dijo Salvador tomando las manos de Andrea entre las suyas.

– ¿Es muy necesario que te vayas ahora? No quisiera que nos separáramos más. – respondió Andrea sin dejar de verlo a los ojos.

– Por ahora creo que así tiene que ser pequeña, tengo que volver al lugar de donde llegue hoy, pero nos volveremos a ver.

– ¿No te gustaría pasar un momento? Te invito un café y seguimos platicando.

– Te lo agradezco mucho, pero no puedo. Ya casi no tengo tiempo para regresar. Pero ya verás que tendremos todo el tiempo del mundo en su momento, te lo prometo. – dijo Salvador buscando hacerle sentir la esperanza de un futuro encuentro.

– No quisiera que te fueras, pero entiendo. ¿Me prometes que vamos a vernos de nuevo?

– Te lo prometo. Por ahora no puedo decirte exactamente cuándo, pero nos veremos.

Salvador beso las manos de Andrea, quien volvió a sentir frio al contacto con su piel, bajó de su auto para abrir la puerta de ella y ayudarla a bajar y sellar con un último beso el pacto de volverse a ver pronto. Volvió al interior del auto y arrancó en tanto ella, inmóvil, lo veía alejarse. Una pequeña brisa helada recorrió su cuerpo y la hizo entrar a su casa.

Continuara…

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Desde el olvido – parte 2

Conducir le impedía verla tan fijamente como quisiera, aunque aprovechaba cada mirada para apreciar sus cambios, tal como ella lo hacía también. Seguía teniendo esa sonrisa que le encantaba y se mantenía en buena forma física, tal vez hacía ejercicio, aunque a ella siempre le había gustado cuidar mucho su alimentación por su tendencia a subir de peso con facilidad. Vestía con cierta sencillez pero sin perder los detalles que a él le encantaban, una blusa muy fresca de tirantes y escotada, una falda arriba de la rodilla, medias naturales y un sueter muy delgado del mismo color que la blusa.

Recordó la primera vez que fueron juntos a una fiesta formal. Era la graduación del bachillerato del hermano de Andrea. Salvador la esperaba dentro del auto cuando la vio salir de la casa de sus padres, vestía un vestido de noche color negro con una ligera abertura en un costado que le permitía contemplar parte de su pierna. Se veía imponente. Aquella noche fue inolvidable. Los besos que Andrea le prodigó en la fiesta fueron apasionados, aun en presencia de sus padres. Y lo que vino después como olvidarlo. Sus padres se sentían cansados, por lo que regresaron con ellos a su casa dejando a su hermano en la fiesta. En la casa sus padres se habían a dormir dejándolos solos en la cocina tomando un café y con la excusa perfecta, esperaban a que su hermano volviera. Cuando Andrea lavaba las tazas Salvador no pudo contenerse más y la tomó por la cintura besando su cuello y sus oídos. Sus manos subieron hasta sus senos acariciándolos con desesperación y luego la hizo girar para quedar de frente a ella. Bajó los tirantes del vestido para dejar al descubierto sus pechos y besarlos con el ansia de conocer su sabor. Era la primera vez que llegaba tan lejos con ella. Buscó la abertura en el vestido para levantar la pierna de Andrea hasta tenerla en su cadera y acariciarla con el placer que le daba sentir sus medias con sus manos. Lentamente terminaron en el suelo de la cocina, ella buscaba con su mano la erección de él mientras le permitía acariciarla como él quisiera. Fue un breve momento que recordarían siempre, a pesar de que ella le impidió seguir por temor a despertar a sus padres o a que su hermano llegase en cualquier momento.

El recuerdo excitó a Salvador haciéndolo sentir un aumento de presión entre sus piernas que tuvo que contener. Conducía por una carretera peligrosa y no quería correr riesgos, más por ella que por él. Él ya no tenía tanta importancia.

El camino a Tulancingo pasó rápido para ellos. Se contaron con más detalle lo que habían hecho esos años en que no se habían visto. Ella había tenido tres empleos y había hecho dos intentos de poner un negocio propio que no habían rendido frutos.

– Y de tu vida personal, ¿qué me cuentas? Dices que no te has casado pero, ¿no has conocido a algún hombre que te hiciera sentir la cosquillita de casarte, de pasar el resto de tu vida con él? – Dijo Salvador.

– Mh. La verdad es que si, a uno, pero no pasó nada. Hablamos de matrimonio pero simplemente no se dieron las cosas.­ – Dijo Andrea.

– ¿Por qué? ¿No se entendieron? ¿Se dieron cuenta de que no funcionaría? – Insistió Salvador.

Andrea desvío la mirada hacía su ventanilla, mirando a través del cristal recordó aquella relación. Aquel hombre la había hecho sentirse de verdad arrepentida de haber dejado a Salvador. En su corazón sintió una breve punzada al recordar el dolor que sintiera el día que descubrió de que, a pesar de estar haciendo ya planes de boda aquel sujeto la estaba engañando. En realidad él nunca tuvo planes para casarse con Andrea pues llevaba una relación de muchos años con otra mujer a quien ya le había entregado el anillo de compromiso. Los descubrió haciendo el amor en la oficina de él, sobre su escritorio, donde también Andrea había disfrutado de la pasión a su lado. El dolor fue insoportable por semanas y, más que nunca, deseo no haber terminado nunca con Salvador, él siempre fue fiel a su relación, la respetaba y le daba su lugar.

– Simplemente no funcionó, eso es todo lo que hay que decir. – Dijo Andrea volviendo de nuevo la mirada hacía Salvador.

– Que lástima. Las heridas de amor siempre son difíciles de curar. ¿Y tienes novio o sales con alguien?

– No, por ahora estoy bien así. No le rindo cuentas a nadie ni tengo que preocuparme de tener o no tiempo para pasarlo con otra persona. Pero bueno, ahora te toca a ti contarme como te ha ido en lo personal.

– No hay mucho que decir tampoco. He tenido algunas relaciones de noviazgo pero nada realmente digno de recordarse. Solo alguna decepción por ahí.

– ¿Cómo que tipo de decepción? No creo que no hayas pensado en casarte, tu siempre has querido tener una familia, tus hijos, y todo lo demás.

– Tu me conoces, cuando siento aprecio por alguien me preocupo mucho por su bienestar. Y algunas veces llego a sentir algo más que amistad, eso te lleva a correr el riesgo de ser lastimado. Y pues eso ha sido, hasta me aprendí la frasecita de “es que ahorita no quiero estar con nadie, pero si quisiera tener novio seguro serías tú”. Después no es muy agradable ver a esa persona con su pareja a los dos días de darte a ti esa excusa. – Salvador bajo un poco la mirada, su rostro mostró una mueca de ironía. – Pero eso termino hace poco. Ya no sufriré más por eso.

– ¿Por qué lo dices?

– Por nada en especial, es solo que ya no me pueden dañar más. Digamos que, ahora ya no pueden alcanzar mi corazón para dañarlo.

Llegaron a Tulancingo y Andrea le indicó a Salvador como llegar al domicilio de su clienta. Él se quedó en el auto contemplando a Andrea mientras ella se alejaba, disfrutó su breve contoneo una vez más, como si apenas ayer se hubiesen besado por primera vez, como si nunca se hubiesen separado. Por debajo de los anteojos oscuros una lágrima corrió por su mejilla.

Unos minutos después vio a Andrea caminar hacía el auto. Ella sonreía. Salvador pasó el dorso de la mano por sus mejillas para asegurarse de que no quedarán rastros del par de lágrimas que había derramado. Ella no debía notar cambios en su semblante.

– Listo, pedido entregado. Ya podemos volver a Pachuca. – Dijo Andrea subiéndose al auto.

– Muy bien, una clienta más satisfecha. – Respondió Salvador dedicándole una sonrisa mientras encendía el auto para emprender el camino de regreso. – ¿Sabes algo Andrea? No tomes a mal lo que voy a decirte, pero sigues siendo hermosa, sigues teniendo esa sonrisa encantadora. – La miró fijamente a los ojos, como si a través de ellos pudiera leer su respuesta.

Andrea quedó congelada. No esperaba ese tipo de comentario de Salvador, pero no le era desagradable. Lejos de eso se sentía halagada y eso provocó que sus labios le agradecieran el piropo con una sonrisa.

– Muchas gracias, hace tiempo que no escuchaba algo así, al menos no con tanta sinceridad.

– Solo digo lo que a mi me es evidente. No hay manera de pasar por alto la belleza de una mujer como tú. – Salvador centró su atención en el volante y emprendió el camino.

Un silencio se hizo entre ambos mientras salían de Tulancingo. Salvador pensaba que tal vez había cometido un error al decirle ese comentario, empezaba a arrepentirse de estar ahí con ella. Tal vez no debió aparecer de nuevo para verla.

– Tú te ves muy bien también. Quiero decir, te vez muy guapo, el peinado te queda muy bien, la ropa te ayuda. Te vez muy atractivo para una mujer, no se como es que estás solteros. – Dijo Andrea rompiendo el silencio y sacando a Salvador de sus pensamientos.

– Solo lo dices para corresponder lo que yo te he dicho. Pero te lo agradezco de todos modos. – Dijo Salvador sin distraer la mirada del camino.

– No, es verdad. Si yo fuera tu novia no te dejaría ni un momento solo a merced de que otra mujer se te acercara.

– Yo haría lo mismo contigo. No dejaría que nadie te mirará siquiera. Pero eso es algo que ya fue y no funcionó. ¿Lo recuerdas?

– Lo sé. Te extrañé mucho Salvador. No sabes la falta que me hiciste. – Dijo Andrea fijando la mirada en Salvador. Ya no había una sonrisa en su rostro, sino un dejo de tristeza.

– Yo también he pensado mucho en ti, en los buenos momentos sobre todo.

– Lo que más recuerdo de ti es como me respetabas. Para ti eso era lo primero. Y eso nunca lo volví a encontrar en nadie más.

– Sin respeto a tu pareja no puede haber relación que dure. Aún cuando lo que ella te pida sea algo muy difícil de cumplir debes esforzarte por respetarla. Eso es todo lo que hice.

– Lo dices tan fácil, pero no sabes lo difícil que es encontrar a alguien que sea así.

– Lo se. Y mira que a veces es difícil, pero no debes dejar que tu esencia cambie, y la mía es esa. ¿Sabes que es lo que más me costo hacer? Respetar el que tu me pidieras no tener relaciones conmigo.

– Yo… No sabes como arrepentí de ello. Aunque yo solo quería que todo fuera perfecto entre nosotros. Yo quería llegar al matrimonio contigo y disfrutar de la noche de bodas como si fuese la primera vez. Yo quería que nuestra relación fuera diferente. – Las lágrimas escaparon de los ojos de Andrea.

A pesar de sus jugueteos y de los muchos momentos que pasaron a solas nunca llegaron a concretar el acto sexual. Llegaron a tener sexo oral, se estimulaban mutuamente, pero ella le pidió no llegar tan lejos. Esperaba con el tiempo casarse con él y regalarse una noche de bodas única. Pero ese día nunca llegó.

Salvador notó las lágrimas en el rostro de Andrea y detuvo el auto en la primera cuneta que encontró. De la guantera sacó un paquete de pañuelos de papel y tomó uno para limpiar con mucha suavidad las lágrimas de Andrea. Delicadamente giró su rostro con dos de sus dedos. Se quitó los anteojos oscuros y miró fijamente sus ojos.

– No debes estar triste. Lo que en ese entonces sucedió tenía una razón de ser. Tomamos decisiones entre los dos y no debemos arrepentirnos ni aún ahora que ha pasado tanto tiempo.

Salvador posó la palma de su mano en la mejilla de Andrea para que recargara su rostro. Ella no dejaba de verlo suplicante a los ojos.

– No me hagas pensar que fue un error regresar para buscarte. – Dijo Salvador.

 

Continuara…

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